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 ¡Demonios!  gritó, pegándose una bofetada a sí mismo, bien
fuerte. Ya estaba bien, caramba, no hacía más que asustarse él solo.
Además, ya no tenía seis años. Estaba muerta, eso era todo. Aquella
cabeza ya no tenía más pensamientos que los que pudiera tener el
mármol, o el suelo, o un pomo de la puerta, o la esfera de la radio, o...
Una voz interior, extraña, le tomó por sorpresa. Tal vez fuese sólo la
voz de la supervivencia.
¡George, cállate y dedícate a tus cosas!
Sí, está bien, está bien, pero...
Volvió hasta la puerta del dormitorio para asegurarse.
Allí seguía Abuela, una mano colgando fuera del lecho, casi tocando
el suelo, la boca desencajada. Abuela era como un mueble. Podías meterle
la mano otra vez en la cama o tirarle del pelo o echarle un vaso de agua o
ponerle auriculares en las orejas y tocar Chuck Berry hasta que se
hundiera el techo... a ella le daba lo mismo. Abuela estaba, como decía a
veces Buddy, fuera de sí. Abuela se había ido a pasear.
Un golpeteo continuo y bajo le sobresaltó y lanzó un grito. Era la
puerta exterior, que Buddy había instalado la semana anterior y que daba
bandazos en el viento helado.
George abrió la puerta de la cocina, se inclinó y atrapó la puerta
exterior en su viaje de vuelta. El viento le alborotó el pelo. Sujetó la
puerta, preguntándose de dónde había salido ese viento tan repentino.
Cuando Mami se fue, el aire estaba en calma. Claro que, cuando se fue
Mami, era pleno día y ahora estaba anocheciendo.
George volvió a mirar cómo estaba Abuela otra vez y probó el
teléfono otra vez. Nada, muerto todavía. Se sentó, se levantó, se sentó
nuevamente y optó por pasearse por la cocina, pensando.
Una hora más tarde era noche cerrada.
El teléfono seguía sin línea. George supuso que el viento, que ahora
era casi un huracán, habría derribado algún poste, probablemente cerca de
Beaver Bog, donde había tantos. El teléfono dejaba escapar un sonido de
vez en cuando, pero de manera lejana y fantasmal. Fuera, el viento gemía
por las esquinas de la casa. George pensó que ya tenía una historia que
contar en la próxima acampada de los Boy Scouts... sentado solo en la
casa, con su Abuela muerta en la habitación de al lado, sin teléfono, y el
viento arrastrando velozmente las nubes bajas, nubes negras por arriba y
del color de la grasa rancia por debajo, el color de las garras, quiero decir,
manos de la Abuela.
Era, como decía Buddy, un clásico.
Ojalá pudiera contarlo ya y toda la historia estuviese pasada y
enterrada. Se sentó en la mesa de la cocina, con el libro de historia
abierto, dando un respingo con cada ruido.., y ahora que el viento había
crecido, cada rincón de la casa crujía en forma siniestra.
Volverá muy pronto. Volverá y ya no tendré que preocuparme por
nada. Nada.
(no le has cubierto la cara)
volverá pro...
(no le has tapado la cara)
George saltó como si alguien le hubiese hablado en voz alta y miró
con los ojos muy abiertos toda la cocina y el inútil teléfono. Hay que tapar
la cara de un muerto con una sábana. Como en las películas.
¡Al diablo! ¡Yo no entro en ese dormitorio!
¡No! Y no había razón alguna para que lo hiciera. ¡Mami le cubriría
la cara cuando volviese! ¡O el doctor Arlinder, cuando llegara! ¡O el
hombre de las Pompas Fúnebres!
Alguien, cualquiera, menos él.
No tenía por qué hacerlo.
A él no le importaba y seguro que a Abuela tampoco.
Oyó la voz de Buddy.
Si no tenias miedo, ¿cómo es que no le cubriste la cara?
No me importaba.
¡Miedoso!
A Abuela tampoco le hubiera importado.
¡Miedoso! ¡Cobardica!
Sentado a la mesa, con aquel libro de historia que no había manera de
leer, empezó a pensar que si no le cubría la cara a Abuela con la colcha,
no podría presumir de haber hecho todo como debía y entonces Buddy
volvería a tener ventaja sobre él (a pesar de la pierna rota).
Se veía a sí mismo, contando la historia de miedo de Abuela muerta
en medio de la acampada, delante del fuego, llegando al final feliz de
cuando los faros del coche de Mami barrieron la fachada de la casa  la
reaparición de los adultos, restableciendo y confirmando el concepto del
orden cuando, de pronto, entre las sombras se alza una figura oscura y
una piña explota en el fuego y resulta que la figura en la sombra es
Buddy, riéndose: Si eres tan valiente, so cobardica, ¿cómo es que no le
tapaste LA CARA?
George se levantó, recordándose a sí mismo que Abuela estaba fuera
de si, que Abuela había muerto, que Abuela estaba más fría que un
témpano y que Abuela se había ido a pasear.
Si quisiera, podría ponerle la mano sobre la cama otra vez, meterle
una bolsita de infusión por la nariz, ponerle auriculares tocando Chuck
Berry a todo volumen, etc., etc., y nada molestaría a Abuela, porque eso
es lo que significaba estar muerto, nada podía molestar a un muerto. Una
persona muerta era la persona tranquila por excelencia, y el resto no era
más que sueños inexorables y apocalípticos y febriles, sueños de puertas
abriéndose de golpe en la boca muerta de la medianoche, de rayos de luna
azul bañando los huesos en los cementerios...
Susurró: «¿Quieres hacer el favor de parar? Deja de ser tan...».
(macabro)
Se levantó. Había decidido ya lo que iba a hacer: entrar en el
dormitorio y cubrirle la cara con la sábana y así Buddy no tendría ninguna
ventaja sobre él. Le administraría unos cuantos rituales sencillos y le
cubriría la cara. Y después  se le iluminó la cara por el simbolismo de la
situación retiraría su taza y su bolsita de infusión sin usar. Sí, eso era lo
que iba a hacer.
Entró en el dormitorio, cada paso un esfuerzo de voluntad. La [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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