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buscó bajo los escalones y encontró la concha de la cosa mental. La llevó
cuidadosamente adentro y la introdujo en la solución nutritiva.
Después miró el reloj de la cocina para saber el tiempo y controlar la operación y se
sentó a esperar mientras esperaba dentro de la mente de Gross, la cosa mental extrajo
sus conocimientos y sus recuerdos.
Todo lo que aprendió distaba mucho de serle útil. Este huésped no le serviría nada más
que para el presente trabajo.
Siegfried Gross, a los sesenta y cinco, era un hombre amargado y solo. Tenía
relaciones comerciales con uno de los vecinos y con algunos comerciantes de la ciudad,
pero carecía de amigos. No quería a nadie ni nadie le quería a él, ni siquiera su esposa:
entre ellos no había cariño desde muchos años antes. Habían permanecido juntos por la
simple razón de que se necesitaban mutuamente por distintos motivos. Elsa no tenía
parientes a donde irse, ningún medio para ganarse la vida por su cuenta; Siegfried
necesitaba su ayuda para correr con la casa y para hacer algunos menesteres en el
corral. Se toleraban mutuamente, no se odiaban.
Tuvieron dos hijos, un niño una niña, pero Siegfried había peleado con los dos, cuando,
a punto ambos de cumplir los veinte años, habían decidido abandonar la granja y partir a
la ciudad. Cada uno había escrito algunas cartas a Elsa, pero Siegfried le había prohibido
contestarlas. De este modo, actualmente no sabían en qué lugar vivían sus hijos.
El futuro se le mostraba nefasto porque en los últimos años se le había desarrollado
una artritis progresiva. No tenía mucha fe en los médicos, los cuales, por otra parte, poco
podrían haber hecho por él. Ya le era doloroso hacer su trabajo y ya suponía que,
después de unos cuantos años, tendría que vender la granja y dejar de trabajar. Ésta era
de su completa propiedad y, probablemente, podría sacarle un precio bastante como para
poder vivir con Elsa en una casa por el resto de la vida. Eso era lo único de que tenía que
preocuparse, eso, y el creciente dolor que, eventualmente, lo haría doblarse por completo
si llegaba a vivir más.
Parte de la amargura que lo dominaba estos últimos años se debía a que odiaba al
actual gobierno de su país. Su país, en efecto, lo era sólo técnicamente: se consideraba
más alemán que americano. Sus padres lo habían traído de Alemania cuando apenas
tenía cuatro años. Ellos se habían nacionalizado estadounidenses y esto lo había
convertido a él, de hecho, en ciudadano de ese país. Pero su lealtad verdadera siguió
siendo para con su antigua nación y también la suya. Nunca habló inglés hasta que entró
al colegio a los siete años. Apenas tenía veinte cuando los Estados Unidos entraron en la
primera guerra mundial. Habían tratado de reclutarlo y lo habían tenido internado durante
más de un año como opositor consiente; en ese momento no tenía ninguna objeción
consciente o inconsciente en contra de la guerra. Había dado esa razón; pero
sencillamente no había querido luchar del lado que consideraba equivocado.
Había recibido muy bien el renacimiento de Alemania con Hitler y se había convertido
en un ardiente nazi, aunque nunca se había unido a ningún grupo. Cuando los Estados
Unidos entraron en la segunda guerra sus opiniones y sus objeciones contra el país en
que vivía se hicieron aún más violentas. En esos días tenía más de cuarenta años y de
ningún modo lo habrían reclutado. Pero, por eso mismo, sus opiniones se hicieron mucho
más violentas e intransigentes y menos discretas que en sus días juveniles. Se habló
incluso de ponerlo en un campo de concentración, pero las autoridades decidieron que,
aunque verbalmente violento, no era peligroso y su situación no le permitía sabotear el
esfuerzo de guerra. Por lo demás, si todos los simpatizantes de los nazis del estado de
Wisconsin hubieran sido puestos en un campo de concentración, habría sido necesario
uno del tamaño de Wisconsin para contenerlos.
A menudo, durante la guerra y después de ella, pensó con amargura sobre la decisión
de su hijo que había abandonado la casa poco después que la guerra empezara. Sus
hijos siempre se habían considerado americanos. Esto había sido otra de las razones,
además, de la partida de la granja, para sus querellas. ¿Había sido enganchado su hijo?
Porque si se hubiera alistado voluntario para luchar contra la tierra de sus padres... mejor
sería que estuviera muerto.
Durante la guerra, para seguir las noticias, se había suscrito a un periódico y había
comprado una radio.
Después de la derrota de Hitler había cancelado lo primero y satisfecho su furia
haciendo pedazos la segunda, con un eje de carreta.
Siempre había esperado un día, aunque tuviera que esperar hasta ya no poder
trabajar, para volver a casa de sus padres. Pero siempre que había tenido las
posibilidades financieras para hacer el viaje, había tenido otras razones que se lo
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