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otros cuentos sobre casas: los tres cerditos, Hansel y Gretel, y la pequeña vieja que vivía
en un zapato. Tras haber narrado aquellos cuentos, a Caleb se le ocurrió pensar lo mucho
que los seres humanos llegaban a considerar sus propias casas como personalidades con
derecho propio. Las cuidaban como si fueran animales de compañía, empleaban dinero y
tiempo en embellecerlas. En algunos casos, incluso las adoraban. Hubo un tiempo en que
el propietario de una casa majestuosa prefería morir antes que verse obligado a
abandonar su propiedad. ¿Acaso la situación de Caleb era muy diferente a la de aquellos
hombres? La única diferencia era que él no tenía otra alternativa.
Unas pocas hojas secas se desparramaron por la terraza y se detuvieron un breve
instante contra las botas de Caleb. En el aire se hacían patentes las primeras señales de
la llegada del otoño. Los pájaros parecían inquietos y los animales de tierra empezaban a
mirar a su alrededor con nerviosismo, como buscando defensas seguras para el invierno
que se avecinaba. Caleb sabía que había un lugar para encender el fuego en una de las
habitaciones traseras de la casa: había sido una concesión de aquella criatura a las
necesidades humanas, pensó Caleb. Bueno, quizá no fuera la única. En realidad,
alrededor de la casa se podía disfrutar de pequeñas y preciosas comodidades. Se
preguntó si la casa le permitiría disponer de una mecedora, en el supuesto de que la
construyera con la misma madera que el resto de la casa. Probablemente no. ¿Valdría la
pena preguntarlo?
Ahora, el cielo del atardecer aparecía cubierto por manchas de color púrpura, como
oscuros moretones sobre un rostro pálido. Como si fuese el rostro de un boxeador. Caleb
no era un luchador. No tenía el carácter agresivo de esa clase de hombres. Pero era
testarudo, tan tenaz como una roca o el tocón de un árbol, y había llegado ya al límite de
su tolerancia.
Ya no voy a trabajar más para ti dijo con un tono de voz firme , a menos que
obtenga ciertas concesiones. Ahora me necesitas. Quiero una mecedora, quedar libre de
esta cuerda... y compañía.
Durante un rato sólo se escuchó el sonido del viento silbando en las esquinas de la
casa. Y a continuación escuchó una respuesta inesperada:
También necesitarás provisiones para el invierno..., mantas, ropas más cálidas,
combustible y comida. Ha llegado el momento de que vayas a la ciudad más próxima.
Caleb, que había esperado alguna clase de amenaza, quedó sorprendido por la
respuesta. Se incorporó con avidez y comenzó a quitarse la cuerda del cuello. No hubo el
menor signo de movimiento por parte de la casa, ninguna reacción.
¿Cómo llegaré a la ciudad? preguntó . La batería de mi coche está agotada, y no
tengo gasolina.
Encontrarás gasolina para el motor del coche en un foso cubierto por tablas y tierra
situado en la parte de atrás. ¿Se te ocurre alguna idea con respecto a la batería? No
estoy familiarizada con el funcionamiento de ese artilugio.
Caleb explicó que podrían intentar el método de la cuerda y la viga para lograr que el
coche se moviera y poder ponerlo en marcha de ese modo. La casa se mostró de
acuerdo.
¿No te preocupa que no vuelva? preguntó Caleb.
No lograrías pasar el invierno sin disponer de aquello que necesitas. No quiero ser la
causante de otra muerte. Debo asumir la posibilidad de que hayas logrado desarrollar un
cierto... afecto por mí. Además, todavía no he terminado contigo. Quiero mostrarte algo
antes de que te marches.
Habrías sido capaz de ahorcarme la acusó Caleb con amargura.
No. Contigo fue suficiente la amenaza. Nunca hubiera llevado esa acción hasta su
conclusión final.
No valía la pena hacer conjeturas sobre lo que había de verdad tras aquellas palabras.
Caleb las aceptó, aunque en el fondo de su mente aún había dudas, y siempre las habría.
Se dirigió adonde le había indicado, y encontró la gasolina. Presumiblemente había sido
almacenada allí por Jacober para utilizarla en la camioneta que ahora estaba oxidada
cerca del edificio. Cogió una de las latas y llenó el depósito de su coche. A continuación
quitó la lanza de madera de su costado. Finalmente, ató el extremo de la cuerda al
parachoques, dejándolo todo preparado para la mañana siguiente, cuando la casa
intentaría poner el coche en marcha.
Había caído la oscuridad, pero aún quedaba luz suficiente para discernir la vaga silueta
del bosquecillo y, mientras se dirigía hacia la terraza, la casa le dio instrucciones para que
observara los árboles con atención. Uno de ellos, un pimpollo joven, tembló, haciendo
oscilar sus hojas como papel de estaño en la quietud de la noche. Hubo un viento que
rodeó la casa. Lenguas de agua surgieron del arroyo y se extendieron alrededor de las
raíces del arbolillo. Las pequeñas gotitas de agua llenaron el aire como una neblina y el
arbolillo avanzó a través de aquel velo, con extremidades blancas, pelo negro y unos ojos
del color púrpura profundo de las ciruelas. La mujer era muy hermosa.
La joven caminó lentamente hacia él. Caleb la reconoció, desde luego, no como alguien
a quien hubiera conocido en otro tiempo, sino como la mujer a quien siempre había
soñado encontrar y enamorarse. Ella ascendió los escalones, con los pies desnudos y
Caleb se incorporó, extasiado ante sus ojos oscuros, los altos pómulos y la piel, tan
delicada como una flor de magnolia. Ella elevó las delgadas manos y las posó sobre sus
hombros.
Ahora ya podemos hablar el uno con el otro dijo , y después nos acostaremos
juntos.
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