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ventanilla de la celda no le llegó sonido alguno.
Ras miró por la ventanilla. Ni el hombre ni la mujer podían estar vivos habiendo perdido partes tan
considerables de sus cabezas y cuellos. El hombre quizá fuera el operador de radio que había estado
fumando fuera del cobertizo.
Ras lamentó haber tenido que matar a la mujer. Incluso estando casi al final de su vida Boygur había
conseguido hacer que Ras matara a otra persona inocente. Tras asegurarse de que en la celda no había
nadie más, Ras se aproximó cautelosamente a la entrada y luego bajó por la escalera de caracol hasta el
almacén. Pegó la oreja a la puerta, y a través de la gruesa madera oyó unos débiles gruñidos, siseos y
chasquidos metálicos. No tenía forma alguna de saber cuál era la causa de esos sonidos, pero supuso
que la responsable debía ser la máquina con la cuerda enrollada en el cilindro. Miró por el agujero de la
cerradura pero descubrió que estaba tapado. Boygur si es que era él quien estaba en la habitación se
había dejado la llave en la cerradura. Si empujaba la llave para sacarla del agujero, el ruido de su caída
alertaría a Boygur, ya que sin duda estaría vigilándola atentamente.
Ras volvió arriba. Seguía sin poder ver gran cosa, y el humo hizo que empezara a toser de nuevo. Fue
avanzando a tientas hasta llegar al muro de piedra que circundaba el borde. Se inclinó por encima del
muro y logró evitar la mayor parte del humo, pudiendo ver también toda la columna de piedra hasta el
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lago. La minúscula canoa con las figurillas de Eeva y Yusufu dentro subía y bajaba sobre las aguas.
Estaban esperando; ahora debían estar temblando de preocupación e incertidumbre, preguntándose qué
había pasado después de que el humo brotara del pilar. Alrededor de Ras había demasiado humo para
que ellos pudieran verle, pero aun así les saludó con la mano.
Inclinado sobre el muro, Ras siguió avanzando a lo largo de éste hasta llegar a un punto situado justo
sobre la ventana del almacén por la que había entrado después de trepar. El cuello metálico de la
máquina asomaba por la ventana, y la cuerda blanca se deslizaba ya por las ruedecillas que había al final
del cuello. La cuerda había llegado ya a la mitad del negro costado del pilar. Su extremo estaba unido a
una armazón metálica que sostenía uno de los pequeños botes que Ras había visto en el almacén. En el
bote había tres fardos de forma alargada, dos remos y un rifle. Los flancos de la armazón y el bote
golpeaban de vez en cuando algún saliente rocoso, pero el descenso de la cuerda era muy lento. Quien
hacía funcionar la máquina no deseaba correr ningún riesgo de estropear el bote. Su cabeza de blancos
cabellos asomaba por la ventana mientras observaba el descenso. Ras le estuvo mirando durante unos
segundos, y se apartó cuando la cabeza empezó a volverse hacia un lado. No quería ser visto si al
hombre se le ocurría la idea de mirar hacia arriba.
Ras esperaba tener el tiempo suficiente para encontrar una cuerda adecuada antes de que el bote llegara
a la superficie y Boygur hubiera bajado demasiado trecho por la cuerda. Empezó a buscar una cuerda
sin perder ni un instante, pero tardó más de lo que deseaba en hallarla, pues tuvo que registrar los
edificios situados a un extremo del pilar. Los demás edificios habían sido derribados o totalmente
destruidos por la detonación, y algunos se encontraban demasiado cerca del calor como para que Ras
pudiera pensar en meterse en ellos. Uno de los edificios, que debía ser el de Boygur, le habría dejado
fascinado en cualquier otro momento que no fuera aquél. Cuando ya estaba a punto de rendirse y volver
corriendo hacia el muro, encontró por fin la cuerda que estaba buscando. El rollo de cuerda estaba
colgado en la pared de una habitación de la casa de Boygur, y Ras lo reconoció inmediatamente como
una cuerda fabricada y utilizada por él mismo que había desaparecido misteriosamente hacía varios años.
Ras había sospechado que un chimpancé o un mono se la habían robado, pero aquí estaba, en una
pared, con muchas fotos de él mismo o de otras personas, así como las cabezas disecadas de unos
cuantos animales y algunas armas de los wantso y los sharrikt, junto con la primera lanza que Ras había
fabricado en su vida.
Ras corrió por entre el humo hasta llegar al muro. El bote metálico oscilaba hacia un lado y hacia otro
pero no llegaba a golpear contra el pilar. Al parecer Boygur ya creía tenerlo situado lo bastante cerca de
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